Estoy leyendo, y disfrutando mucho, el libro «El lecho de Procusto», de Nassim Nicholas Taleb, que es un conjunto de aforismos. Además de las reflexiones propias de la lectura del libro, he estado pensando en la función que han tenido los aforismos en las diferentes culturas y su relación con la psicología, la mente humana que los creó.
Es sabido que, en la antigüedad no existía la escritura. El lenguaje hablado surgió antes de que la tecnología existente posibilitase la expresión del lenguaje en dibujos y/o signos escritos. Las diferentes culturas que fueron poblado la tierra, evolucionaron de una forma «física», adaptando sus cuerpos a las necesidades del medio. Los más aptos sobrevivían y pasaban sus atributos físicos, por codificación genética, a la siguiente generación. Sin embargo, los productos de su inteligencia, sus palabras y pensamientos se perdían, salvo que fuesen transmitidas a las siguientes generaciones, fundamentalmente por dos medios: su traducción a productos mas o menos toscos, que duraban más o menos. Y la tradición hablada, transmitida de unas personas a otras, «de boca a oreja».
Así, mientras no se pudo escribir, la sabiduría se transmitía mediante la palabra. ¿Cómo conseguir que las palabras transmitidas no fueran olvidadas, ni tergiversadas? Se utilizaban algunos trucos.
- En algunos casos, se introducía la moraleja de lo que se pretendía transmitir, en cuentos o historias llamativas e interesantes, que quedasen grabadas en la memoria.
- En otros casos, condensaban la sabiduría en pequeñas frases y las dotaban de algunos ingredientes que facilitaban su recuerdo, como puede ser la rima o el carácter paradójico de la sentencia.
Los refranes son un ejemplo de esta tradición, donde puede observarse la sabiduría popular, en pequeñas píldoras, muy fáciles de recordar por su rima.
Como ejemplo de aforismo, aquel famoso atribuido a Confucio: «Si tiene remedio tu mal, ¿de qué te quejas? Y, si no lo tiene, ¿de qué te quejas?».
También citaré dos de los que más me han gustado del libro de Taleb:
- «A la gente no le gusta que le pidas ayuda; también se siente excluida cuando no se la pides».
- «Hay dos clases de personas: las que intentan ganar y las que intentan ganar discusiones. Nunca son las mismas».
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