Una de las metas y objetivos más ambicionados en esta sociedad es el liderazgo. Hay múltiples definiciones del mismo, y múltiples aplicaciones a diferentes ámbitos: profesional, social, político familiar,…pero el denominador común a todos ellos y quizás por lo que lo valoramos tanto es porque lo concebimos como un poder que no todas las personas poseen y que guía a muchas otras personas haciéndoles sentir admiración hacia el líder.

Si múltiples son las definiciones de liderazgo, muchas más son las cualidades atribuibles a un líder. No voy a hacer una exposición detallada de todas ellas pero sí vamos a detenernos en una que, a mi juicio, es una de las más poderosas y su verdadero poder reside básicamente en que hace que las personas que te rodean se sientan bien: la empatía.

La empatía es la habilidad de ponerse en el lugar de otro, es así de simple, pero si lo analizamos más detenidamente implica:

  • Ser capaz de observar, interpretar y entender los sentimientos, ideas y situación de la persona con la que nos comunicamos.
  • Interiorizar estas observaciones e inferir qué le gustaría oír, ver o tener, prescindiendo de lo que nosotros mismos oiríamos, veríamos o nos gustaría tener.
  • Saber actuar en consecuencia con nuestra conducta o nuestras palabras.

Para lograr estas tres metas, necesariamente la persona con empatía ha de:

  • Tener habilidades de observación muy desarrolladas tanto del lenguaje verbal como no verbal (gestos, entonación, postura corporal,…) y capacidad para escuchar y comprender.
  • Flexibilidad y rapidez para hacerse una idea lo antes posible de la personalidad de su interlocutor, los aspectos qué más le interesan y los que prefiere evitar. En muchas ocasiones no tenemos mucho tiempo para observar y sacar conclusiones.
  • Prescindir de su propia forma de pensar y ‘abrir la mente’ para poder pensar y sentir como otra persona, imaginando cómo se sentirá y cómo pensará.
  • Capacidad para modificar su propia conducta e intereses en ese momento para adaptarse o actuar en consecuencia.

Si a todo esto le unimos que cada persona es diferente, actúa de diferentes formas según la situación y que las situaciones cambian constantemente, la empatía parece más un arte que una habilidad. Pero no olvidemos que somos seres sociales y estamos ‘programados’ para poner en marcha todas estas habilidades. Todos somos empáticos en mayor o menor grado y lo que restringe muchas veces esta gran habilidad es nuestra incapacidad de ‘desprendernos’ de nuestras ideas o pensamientos predeterminados e individuales para intentar comprender posturas e ideas diferentes.

La empatía hace que las personas de nuestro alrededor se sientan bien porque nos perciben como seres cercanos, esto fomenta la confianza, las relaciones personales y profesionales, nos otorga credibilidad y además nos hace sentirnos bien. Claramente el precio a pagar por olvidarnos un poco de nosotros mismos merece la pena.

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