Escuchamos desafortunadamente muy a menudo casos de extrema violencia o comportamientos absolutamente incomprensibles desde el punto de vista humano que nos espantan y tendemos a pensar siempre que la persona que los comete ‘no puede ser normal’ o ‘ha de tener alguna enfermedad mental’.
La realidad es que por supuesto no todas las personas que tienen una enfermedad mental cometen actos de esta categoría ni tampoco todas las personas que los cometen tienen una enfermedad mental, al menos bajo los criterios estandarizados para establecer este diagnóstico.
Es muy difícil entender las situaciones que pueden llevar a un ser humano aparentemente normal a cometer actos atroces pero es muy frecuente al escuchar a las personas de su entorno que expresen que ‘aparecía una persona normal’, ‘se mostraba muy cordial y amable’, ‘parecía muy cariñoso’. Y es que en muchos casos realmente es así, es una persona que bajo ciertas circunstancias ha cambiado radicalmente su comportamiento hasta el punto de comportarse como nadie nunca hubiese esperado.
Son muchas las razones (que no justificaciones) que pueden llevar a esto pero si tuviésemos que destacar una sería que esa persona en el momento que comete este acto está desprovista del más mínimo resquicio de empatía hacia la víctima, es decir, no la considera un ser humano: bien por un sentimiento extremo de odio hacia ella, bien como un mero instrumento para hacer daño a otra persona, bien como algo de lo que desprenderse,…desde luego no como una persona que tiene sentimientos, que sufre y que por supuesto tiene todo el derecho a ser tratado como tal.
Luego quizás la clave para intentar poner fin a estas situaciones resida en profundizar precisamente en esto: los desencadenantes múltiples que hacen que una persona pierda total o temporalmente el sentimiento básico y humano de empatía hacia los demás, que en ocasiones frecuentes nos llevan al egoísmo, la envidia, la desacreditación pero en ocasiones extremas pueden dar lugar a estos actos tan atroces.
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