Nuestras vivencias cotidianas nos proporcionan experiencias y sentimientos a veces desagradables pero además de las causas que los provocan, los sentimientos que más daños nos hacen son aquellos que nos hacen auto culparnos, reprocharnos o simplemente recordar una y otra vez la experiencia y sus consecuencias.

Es complicado, por no decir imposible, abstraerse de las situaciones de la vida diaria que nos hacen sufrir pero es posible e incluso necesario parar al auto-censor que llevamos dentro pues se puede convertir en nuestro peor enemigo.

Es posible que no nos demos cuenta del daño que nos hacemos, ni siquiera sepamos que tenemos esta actitud;  lo primero es detectarlo y reconocerlo. Para ello, podemos hacer un simple ejercicio: cada vez que nos ocurra algo desagradable, nos equivoquemos o nos culpemos por algo, pensemos qué le diríamos a nuestro mejor amigo si estuviese en esa situación. Probablemente en lugar de hacerle más daño y recriminarle por su conducta, intentaríamos consolarle analizando la situación desde diferentes puntos de vista, reconociendo que errar es humano y todos nos equivocamos o simplemente comprendiendo cómo se siente sin culparle por ello.

La pregunta es ¿si esto es lo que haríamos con un amigo o incluso con un desconocido por qué no hacemos lo mismo con nosotros mismos? Probablemente porque continuamente pretendemos perfeccionarnos, ser mejores o sentirnos bien, ocurra lo que ocurra y cuando no lo logramos no sabemos aceptarlo.

Sea cual sea el motivo, no es lógico ni siquiera sirve para mejorar hacernos aún más daño. Comprendamos primero por qué nos sentimos mal (hay multitud de causas que podemos analizar), aprendamos a aceptarlo (no se puede pretender vivir siempre en una continua felicidad), razonemos con perspectiva (es normal sentirse así pero pasará, como nos ha ocurrido en otras ocasiones) y aceptemos que todos (y no sólo nosotros) cometemos errores y siempre existe la posibilidad de enmendarlos.

En definitiva, convirtamos a nuestro peor enemigo en lo que siempre debió ser: la parte integral de nosotros mismos que nos puede reconfortar y con la que irremediablemente siempre tendremos que vivir.

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