¿Cuántas veces nos hemos sentidos incómodos, presionados o insatisfechos con nuestra actividad laboral? Todos tenemos experiencias más o menos frecuentes o incluso continuas al respecto y cuando las analizamos casi siempre atribuimos las causas a la tipología de actividad que desarrollamos (monótona, exigente, complicada, …) al ambiente laboral (competitivo, deshumanizado, …) a las relaciones con nuestros compañeros, equipos de trabajo y jefes o a la situación contextual (viajes frecuentes, escaso tiempo de disfrute personal, horarios que no permiten conciliar vida familiar,…).
Lo que casi nunca nos planteamos es que la propia organización en la que trabajamos en sí misma contribuye a que se den estas situaciones debido al clima organizacional que genera entre sus empleados. Tanto es así que se pueden clasificar las organizaciones en tóxicas o saludables atendiendo a parámetros claramente establecidos e incluso cuantificables.
Las organizaciones denominadas tóxicas se caracterizan por:
- La comunicación interna en la misma es pobre, obstaculizada, sesgada o incluso inexistente. Una organización que no comunica a sus empleados difícilmente puede establecer un ambiente de trabajo favorable.
- En el mismo sentido pero a otro nivel, la organización no fomenta la evaluación, el feedback y la comunicación de objetivos a los empleados con lo que los mismos se sienten aún más ‘perdidos’.
- Las relaciones personales predominantes y aceptadas son frías e incluso conflictivas.
- Los roles y responsabilidades son ambiguos, no están claramente definidos y contribuyen a generar conflictos en las relaciones.
- El grado de tensión y estrés laboral es elevado en general, son organizaciones altamente demandantes pero que no proporcionan muchos recursos a sus empleados para hacer frente a estas demandas. Recursos de cualquier tipo instrumentales, materiales, formativos, emocionales, etc.
Frente a estas, las organizaciones saludables además de no presentar estas características aportan autonomía a sus empleados, variedad en el tipo de tarea, cultura y valores, capital social (o fomento de las relaciones dentro y fuera de la organización), confianza y desarrollo profesional y profesional.
Está además demostrado que las organizaciones saludables suelen tener una mayor permanencia en el tiempo y sus resultados son mejores. El reto por tanto, no es sólo ‘luchar’ contra los factores que pueden convertir nuestro trabajo diario en un ‘infierno’ sino en cuestionarnos el tipo de organización en la que trabajamos y tomar las correspondientes decisiones al respecto.
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