Quizá tienes siempre tanta prisa que ni siquiera te has parado a pensar: ¿Por qué tengo prisa? A mí también me sucede con frecuencia. También vivo en una ciudad como Madrid, que contribuye al estrés diario. También estoy expuesto a la avalancha de información que llega a través de los aparatos de uso cotidiano, como el móvil o el ordenador.

En mi experiencia, la «prisa» sucede por dos motivos fundamentales: El primero es que ya estoy anticipando, en mi cabeza, en mi imaginación, la siguiente actividad que tengo y para la que, la tardanza en la tarea que hago ahora, supone un estorbo. No me planteo vivir y disfrutar en lo posible la tarea actual, sino sacarla rápido para llegar a la siguiente. Por ejemplo: Un ligero retraso provocado por algún coche de más en mi camino, tantas veces me supone  ansiedad. Si realmente me montase en el coche para «disfrutar» de cada viaje sabiendo que requiere un tiempo variable y difícil de prever, bajaría algo mi nivel de ansiedad y, lo que es más importante, esta «prisa» no se iría acumulando en mí (y en los demás a mi alrededor), ni trasladándose a la siguiente actividad y así sucesivamente hasta la noche, tantas veces impidiéndome dormir.

El segundo motivo por el que me veo sumergido en la prisa, dando por hecho que las condiciones externas de la ciudad y los medios no contribuyen precisamente al sosiego y la paciencia, es la falta de consciencia en el momento presente con la que, tantas veces actuamos. Tantas veces vamos en modo «piloto automático», sin ser conscientes de lo que hacemos y, entonces, nos dejamos invadir por la «prisa», la aceleración a que nos impele nuestro entorno. Cuando nos hacemos conscientes del momento presente, podemos introducir cambios en nuestra actividad, en la velocidad con la que hacemos las cosas. Y, casi siempre, la calidad de lo que hacemos y de los momentos que vivimos se basa en dedicar el tiempo suficiente a cada cosa que hacemos.

Cuando programes tus actividades diarias, recuerda pensar en el tiempo que se tarda en pasar de una tarea a otra, asígnale tiempo también. Y recuerda que nuestro objetivo, al hacer cada cosa, es disfrutarlas y que contribuyan a nuestro bienestar, aunque aparentan ser costosas, pues las hemos elegido conscientemente y no han sido impuestas.

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