TOC es el término clínico que se utiliza para denominar a los Trastornos Obsesivos Compulsivos y aunque existe una amplia variedad de ellos, al considerarlos reales trastornos psicológicos nos vienen a la mente ejemplos de conductas rituales:  lavarse repetidamente las manos (por temor a contraer enfermedades), revisar múltiples veces si se ha cerrado la puerta de casa al salir o por la noche (por temor a que entre un extraño), no pisar las líneas entre baldosas (por creencia de que nos deparará mala suerte), etc.

Todas ellas, en sus múltiples expresiones, tienen en común un aspecto: son conductas que el individuo realiza con la sensación de no haberlas elegido, de no disfrutar de ellas, sino simplemente por el temor o el malestar que le causa no realizarlas.

Si observamos por un momento nuestras conductas diarias podemos encontrar algunos ejemplos de TOCs actuales que no están tan tipificadas, pero responden a este elemento común: la comprobación reiterada de si hemos recibidos correo, la reiteración de nuestra actividad en las redes sociales, la necesidad de estar disponibles las 24 horas del día, el exceso de trabajo e incluso la práctica del deporte de forma obsesiva.

Lo curioso es que cada vez aparecen más ejemplos y, en un mundo donde los avances tecnológicos, de la ciencia y del bienestar nos deberían aportar mayor felicidad y libertad, paradójicamente cada vez somos menos dueños de nuestros comportamientos. Probablemente estamos perdiendo la capacidad de reflexión y análisis como consecuencia del bombardeo continuo de información y el exceso de actividades que realizamos de forma casi frenética cada día. Al perder esta capacidad, no nos paramos a pensar si realmente queremos hacer lo que estamos haciendo, qué beneficios nos aporta y cómo nos hace sentir. Poco a poco, vamos perdiendo nuestro ‘libre albedrío’ y, sin remedio, la sensación al final del día es de extenuación y vacío.

La solución es sencilla, pero hay que entrenarla hasta llegar a elegir realmente qué queremos hacer y recuperar el control de nuestro día a día:

Lo primero es tomarnos un tiempo para analizar y hacernos tres preguntas básicas sobre las actividades que nos ocupan la mayor parte de nuestro tiempo: ¿la realizo siempre que quiero? ¿realmente es necesaria y en esta frecuencia? ¿me aporta algo positivo?

Tras este análisis. y para aquellas en las que la respuesta a las anteriores preguntas haya sido ‘No’, hay que empezar poco a poco a disminuir su frecuencia hasta extinguirlas. El ser humano se rige, entre otras, por conductas aprendidas que una vez que se repiten y se automatizan cuesta abandonar, pero es tan sencillo como seguir el proceso contrario que las instauró: auto obligarse a dejar de hacerlas hasta que por sí mismas desaparezcan.

Y por último perdamos el miedo a estar solos con nosotros mismos sin hacer nada, simplemente reflexionando, relajándonos o disfrutando de la tranquilidad: somos nuestra mejor compañía, no hay ninguna actividad que pueda sustituirnos.

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